La evolución natural nos decía que este año no tocaba una carrera de más de 50-60km quizá el Maratón alpino madrileño, pero a principios de año el cuerpo nos pedía un gran reto, algo que “no tocará”, algo que nadie nos creyera capaces de conseguir, algo que solo nosotros mismos sabíamos que éramos capaces. Esta es la crónica de como 110km después lo conseguimos.
Nos levantamos a las 3,30 de la mañana, tenemos el estómago cerrado y nos vamos a Navacerrada, donde nos espera la salida. Sobra decir que en el coche vamos “acojonados” sabemos que va a ser duro, que vamos a sentir cosas que no hemos sentido nunca, pero sabemos que queremos empezar a correr ¡ya!.
A las 6:00 se da la salida, el ambientazo es increíble, pensamos que con un 50% de abandonos sobramos la mitad, tragamos saliva y empezamos a correr.
Los primeros kilómetros pasan rápido y bien, subimos a Maliciosa por la Barranca, el amanecer lo baña todo, un espectáculo. Empezamos a bajar por la sierra de los Porrones controlando que las piernas no sufran mucho en estos primeros kilómetros. La bajada a Cantochino se nos pasa volando, quizá vamos demasiado rápido pero vamos muy agusto, al llegar comemos, bebemos y… primera pega de la carrera, la bebida isotónica de la organización no me gusta nada, así que espero que el nuestro nos dure hasta el kilómetro 50 donde la organización nos dejaba tener una mochila. Hemos llegado muy bien de tiempo, una hora y media antes de que se cierre este control, vamos bien.
Empezamos la subida por la Pedriza, son las 9,30 de la mañana y el calor ya empieza a apretar. Vamos corriendo en las bajadas y en los llanos intentando recuperar en las subidas haciéndolas andando. Así llegamos a la Hoya de San Blas, donde empezamos a sufrir de verdad el calor, madre mía lo que nos espera.
Empezamos la subida a la Morcuera, subida larga con mucha pista al principio y con un camino muy empinado al final, aquí se me cierra el estómago y no hay quién le meta ni media barrita, poco después lo pagaré muy caro, con la primera pájara justo antes de llegar al puerto. Carlos, mi compañero, si ha comido bien y en esa subida sin apretar me mete varios minutos, esta iba a ser la tónica de toda la carrera con un Carlos ENORME. Pienso que no pasa nada que me recupero, pero que es demasiado pronto para empezar con pájaras, al llegar veo a gente conocida, está la familia de Carlos y las dos personas que más sufren estas locuras nuestras.
Empezamos la bajada a Rascafría y voy bien, mentalmente pienso que me tengo que recuperar que queda una eternidad de carrera pero poco a poco empiezo a flojear otra vez, no puedo correr y tengo ganas de vomitar, la cara de Carlos cuando se lo digo es un poema, él va bien, me lleva esperando desde la Morcuera y por primera vez piensa que como vomite no lo conseguiremos… ¡venga que en Rascafría me como un bocata de jamón y esto se arregla! El calor es insoportable, además el gentío en las piscinas naturales me agobia… en ese estado llegamos al avituallamiento. Allí como bien, bebo coca-cola y pienso que viene la parte más dura de la carrera la subida al puerto del Reventón, al puerto del Nevero y a Peñalara, esta parte es clave, son los kilómetros más duros y en la parte central de la carrera del 60 al 80.
A la salida todo sigue igual, son las 3 de la tarde, llevamos 9horas de actividad, el calor es insoportable no hay sombra y empezamos a subir. Carlos se me va cada vez un poco más, esto no puede seguir así, me siento en un robledar precioso a comerme una barrita y beber bien, sigo con el estómago mal pero como no me fuerce no voy a terminar.
Seguimos subiendo y ¡por fin empiezo a recuperarme! Al subir en altura se levanta una pequeña brisa que nos parece todo un lujo. El puerto se hace duro, correoso, toda la subida es por pista unos 10km donde la sombra cada vez en más escasa, pero me encuentro bien, por primera vez Carlos no se me va en las subidas, ahora es a él al que psicológicamente se le está haciendo duro este puerto. Así llegamos al siguiente avituallamiento donde dos señoras majísimas nos mojan las gorras y las camisetas para refrescarnos.
Con ánimos seguimos la subida del puerto, en cuya cima un hombre de voz grave y barba blanca nos recibe “Bienvenidos al Puerto del Reventón”, como en los cómics de ¡Asteríx! Jeje.
La subida no ha terminado, el sol cae a plomo sobre nosotros y pasito a pasito seguimos camino a Peñalara por caminos donde es difícil correr, llenos de enebro rastrero. Llevamos viendo Peñalara desde que salimos de Rascafría a las 3 de la tarde, son las 6,30 y sigue estando “a tomar viento”, es una tortura psicológica que a mí me está haciendo bastante daño. Por fin nos encontramos en las lomas de Peñalara, veo gente sentada en las primeras piedras, uno de ellos es Carlos que está comiendo y bebiendo bien para la subida, yo lo he pasado mal entre los puertos pero ahora me encuentro mejor y el pensamiento “Peñalara y luego ya la Granja” se va repitiendo en mi cabeza una y otra vez. El camino es de alta montaña, grandes bloques pasos largos, escalones, llevamos casi 70km y el cuerpo le cuesta aún así voy tirando de un grupo de gente con los que atravesemos la famosa cresta de Claveles y ya casi rozamos la cima.
Al llegar no podía faltar el ¡CUMBRE Y JAMÓN! Que nos prometió nuestro amigo Anaime, que estaba allí de voluntario y que el detalle con el que nos obsequió nos supo a gloria. Ahora si que estamos crecidos, nos hemos mentalizado (en mala hora) de que la Granja ya está ahí, aun que la vemos bastante lejos. La bajada empieza bien pero rápidamente se vuelve técnica, correosa, con escalones que nuestras rodillas no están para bajar tan alegremente. Nos cuesta una eternidad bajar a la caseta de siguiente control, ahí el camino mejora y empezamos a trotar otra vez, ya duelen las piernas pero queremos que llegue la Granja ¡ya!, nada más fuera de la realidad, el agua se nos está agotando y el camino aun que en buen estado pica demasiado para abajo y ya duelen las rodillas, otras veces se vuelve un sube baja que nos deja sin fuerzas… Voy pensando que es otro bajón que en la Granja ceno bien y me recupero, pero el camino se me está haciendo larguísimo, sin duda por mentalizarme de que era mucho más corto, y el pensamiento acaba por transformarse en “en la Granja lo habló con Carlos y me retiro”. Carlos va mejor que yo, o por lo menso quiere llegar ya, y es capaz de correr más tramos que yo, así que se me va.
Cuando le veo en el avituallamiento, su cara me lo dice todo, nos retiramos, yo no sé cómo me he animado en estos últimos kilómetros a pesar de sufrir mucho en las bajadas, y le digo que ya está hecho que lo tenemos al lado, solo nos faltan… 30km… madre mía.
Aquí vuelve a estar la familia que nos anima, pero estamos rotos, nos tumbamos en la acera, yo me tapo la cara con las manos y empiezo a pensar en lo que me queda. Nos cruzamos miradas de “venga tío, podemos”.
Malamente nos levantamos, vamos calculando que andando hasta meta son unas 6 horas más, cuando al cruzar la plaza de la granja la gente de las terrazas que está viendo el fútbol se levanta y nos aplaude, nos grita “vamos chavales, con dos cojones”, la verdad es que es algo que nunca olvidaré, en ese momento estábamos fuera de carrera, casi nos retiramos y se nos debía de leer en la cara porque la gente lo entendió, fue precioso.
Próximo punto, La casa de la Pesca, camino llano, unos 11km, vamos andando cuando la noche cae sobre nosotros, el camino se sigue perfectamente, pero lo que iba a ser un llano, está lleno de subidas que nos hacen ir ganando metros. A Carlos se le está haciendo eterno, yo quizá me mentalicé que estaba más lejos y voy mejor, por la noche sin referencias nos parece todo igual.
Por fin llegamos, ahora solo nos queda una subida fuerte y ya la Fuenfría, pero que subida, yo voy doblado literal, voy pensando que es la última pero me cuesta una barbaridad, se me hace larguísima. Es curioso como a veces la mente divaga y se me “olvida” que estoy subiendo y no sufro, pero rápidamente vuelvo a la realidad del Arrastradero, como se llama este tramo.
Llegamos a la Fuenfria y pienso, ¡esta hecho!, ahora el camino de Schimd, fácil donde los haya, que equivocado estaba, es un continuo subi-baja que acaba por desfondarme y perdemos el grupo con el que íbamos. Así llegamos al control del puerto de Navacerrada, parece mentira pero estamos al límite, nada más sentarnos a beber empezamos a tirirtar de manera escandalosa y nos damos cuenta de que es hora de salir de allí y empezar a movernos. El cuerpo está agotado y no es capaz de generar suficiente calor así que nos ponemos todo lo que llevamos encima.
La bajada por la Tubería tampoco es fácil, piedra suelta y curvas cerradas que no te dejan moverte rápido. Al llegar al bosque y la pista que nos llevará hasta el pueblo, vamos muertos pero solo por que acabe antes empezamos a correr suavemente después de 22 horas y media de actividad. Nos sorprende un control de paso sorpresa en la Barranca, chapó por la organización, por si alguno pensaba en bajar en coche el último tramo.
Las luces del pueblo cada vez más cerca, entramos en sus calles y por fin sabemos que lo vamos a conseguir. Llegamos al polideportivo y por fin la META 23 horas y 10 minutos después LO CONSEGUIMOS, particularmente no me lo podía creer después de lo que había pasado.
Estamos tan cansados que no lo asimilamos, hemos terminado nuestro primer ultra, un par de novatos en una prueba que abandona el 50% de los que salen, hemos aprendido un montón de cosas para las próximas, si, si nos han quedado muchas ganas de más.
Muchas gracias a todos los que nos dieron ánimos, antes, durante y después, pero sobretodo gracias a Carlos. Fue toda la carrera mucho más fuerte que yo, y no me dejo atrás, me obligo a comer y beber cuando no podía más, me animó cuando lo necesitaba... se portó como lo que es, un auténtico compañero de cordada.
PD: Gracias a Mayayo por las fotos, aquí más:
carrerasdemontaña.com